martes, 25 de junio de 2013

Pimientos del piquillo rellenos de chipirones y gambas



Aspecto fin al de los pimientos
Una declaración de amor

La primavera propicia los estados depresivos. También fomenta el enamoramiento. Ignoro si existe una relación directa entre ambos fenómenos, aunque intuyo que sí.
Hace 22 primaveras, el 31 de marzo de 1987, un senyor de Barcelona llamado Ramón Cabau hizo una declaración de amor extraordinaria y terrible.
Ramón Cabau, nacido en 1924, era licenciado en Derecho y Farmacia. También era perito agrónomo. Obtuvo su primer empleo en una farmacia de la calle de Gignàs, en la zona más céntrica y antigua de la ciudad, y al poco tiempo conoció a una de las hijas de Agustí Agut, uno de los patriarcas de la restauración barcelonesa. La pareja contrajo matrimonio y Cabau se integró en el clan Agut, lo que suponía trabajar en el restaurante del mismo nombre.
Ramón Cabau
El farmacéutico no tardó en independizarse. Quizá en un desafío al suegro, abrió su propio restaurante muy cerca del establecimiento familiar. No hubo ruptura: el nuevo local, situado en la calle de la Trinitat, esquina Avinyó (la calle cuyas prostitutas inspiraron el famoso cuadro de Picasso), se llamó Agut d'Avinyó. A finales de los sesenta había adquirido ya un notable prestigio, y en los setenta se convirtió en un templo gastronómico.
Cabau fue tan famoso como su restaurante, o más. Su bigote imposible, su pajarita, sus chaquetas ajustadas y su enorme simpatía le convirtieron en una celebridad de La Boquería, el mercado al que acudía diariamente a hacer la compra.
La Boquería, creada como Mercado de Sant Josep, se asentaba en una antiquísima zona comercial. Cuando Barcelona aún tenía murallas, los payeses solían acudir a la Rambla, el torrente que discurría extramuros, para ofrecer sus productos. En 1842, gracias a la desamortización de fincas eclesiásticas, la ciudad estableció allí mismo, frente a la Barcelona vieja y en el ingreso del Raval, también llamado Barrio Chino, una estructura cubierta para los tenderetes o paradas de los vendedores. La Boquería, un pequeño universo de color y aromas, es uno de los lugares más fascinantes y genuinos de Europa.
Ramón Cabau era el rey de ese pequeño universo. En su restaurante se experimentaba con la nueva cocina (la burguesía pudiente y la gauche divine, es decir, padres e hijos de una misma clase social, trasegaba platos como las judías con caviar) y se practicaba una estricta devoción al producto de calidad y de temporada; Cabau, sin embargo, disfrutaba especialmente de su ceremonia cotidiana en La Boquería. No se limitaba a comprar: sugería ideas, proponía mejoras, animaba a los vendedores a incorporar tal o cual producto en su oferta. Fue Cabau quien convenció a Llorenç Patràs, que criaba pollos cerca de Montserrat, para que abriera una parada de setas en el mercado barcelonés. Patràs, hoy, es una institución.
En 1984, Cabau dejó el restaurante. Pero siguió acudiendo a La Boquería, convertido en proveedor: vendía las verduras de calidad que cultivaba en su finca de Canet, al norte de Barcelona.
El 31 de marzo de 1987, como cada mañana, Ramón Cabau apareció en La Boquería. Parecía bajo de ánimo, algo no demasiado inhabitual últimamente. Entregó una flor a cada uno de sus amigos del mercado, charló con varios de ellos, dio una última vuelta de honor. Poco después de las nueve, pidió un vaso de agua. Con el agua ingirió una píldora de cianuro. Murió allí mismo.
Ignoro cuál fue la tragedia íntima de Ramón Cabau y no me adentraré en ese territorio doloroso, reservado a la familia y a los amigos. Lo que me interesa es la declaración de amor. Cabau eligió morir en La Boquería y quiso hacerlo temprano, cuando el mercado hierve de actividad: el lugar y la hora de sus momentos más esplendorosos. Se despidió con flores, no con reproches. Regaló una última sonrisa. Y dijo adiós.

Uno de los callejones que desde la Rambla se adentran en La Boquería lleva el nombre de Ramón Cabau. Qué menos. No creo que exista en el mundo un mercado que haya merecido una declaración de amor tan auténtica y desesperada.

Después de esta hermosa historia, vamos hoy con una receta que realiza un trasvase Cantábrico - Mediterráneo pasando por Navarra.

Grado de dificultad : Abstenerse personal estresado de pulso alterado

Ingredientes:
- Pimientos del piquillo para rellenar
- 1 docena de chipirones (se pueden emplear congelados)
- 1/4 Kg de gambas peladas (se pueden emplear congeladas)
- 4 dientes de ajo picados
- 2 cebolletas picadas
- 1 pimiento verde picado
- Aceite de oliva virgen
- Sal y pimienta al gusto
- 1 vaso de vino blanco seco o amontillado
- 2 cucharadas de pulpa de pimiento choricero

Manos a la obra:
1 - Poner a Urbie Green jazzeando el Ave Maria.
2 - En una olla añadir el aceite y pochar 2 dientes de ajo, 1 cebolleta y el pimiento verde salpimentados a fuego lento durante aproximadamente 5 minutos.
3 - Añadir los chipirones y pochar otras 15 minutos.
4 - Picar las gambas en trozos y añadir al sofrito durante un par de minutos más.
5 - Un vez enfriada la mezcla, rellenar los pimientos y reservar
6- Para la salsa pochar en aceite dos dientes de ajo y la cebolleta salpimentados a fuego lento durante 15 minutos, añadir la pulpa del pimiento choricero, 
verter el vino blanco, dejar evaporar y hervir durante 5 minutos más.
7 - Pasar por la batidora y dejar reducir para concentrar sabores.
8 - En un plato colocar los pimientos rellenos, napar con la salsa, servir y a......triuunfaaar.

11 comentarios:

Juan Nadie dijo...

Novelesca historia la de Ramón Cabau, para hacer una película, si es que no se he hecho.

Los pimientos tienen que estar muy buenos.

Sirgatopardo dijo...

Una historia gastronómica, poética y apasionante, efectivamente digna de una película o dos.

marian dijo...

Una muerte tirando a exhibicionista ¿no?.
Me quedo con los pimientos, que tienen que saber a gloria.

Sirgatopardo dijo...

Una muerte tipo Romeo y Julieta, pero más real y lógica.

Sirgatopardo dijo...

La Boquería, tengo la suerte de haberlo visitado en multitud de ocasiones viviendo en Barcelona, se merece eso y más.

marian dijo...

Me sigo quedando con los pimientos.

marian dijo...

Es que no le veo nada de poético a ese tipo de muertes:)
A la Boquería sí, pero no para morir por ella, ni mucho menos.

Sirgatopardo dijo...

Mejor morir por la Boquería, que por alguna desalmada....

marian dijo...

Mejor no morir, ¿no crees?.

marian dijo...

Donde esté la vida...
Excepto cuando uno está para morirse, que entonces es mejor morirse y no llevarle la contraria a la persistente muerte.

Sirgatopardo dijo...

Como en todo, también hay que saber morir. Espero estar a la altura.